¿Qué tal el choque cultural? Me preguntaron a unos escasos dos días de haber llegado a México. La respuesta fue negativa, no había habido ningún choque y creo que al final tampoco lo hubo. No al menos en el sentido de sentirme extraña en el país que me vio nacer. La realidad es que nuestras tres semanas de vacaciones fueron maravillosas. México siempre será invaluable para nosotros porque en él vive nuestra familia, se habla español y conocemos perfectamente cómo funcionan las cosas.
Tengo la impresión de que regresé a muy poco tiempo de haber comenzado nuestra aventura canadiense y no cambié tanto, ni transformé mis recuerdos en melancolía o idealismo. Las dos primeras semanas me parecieron como una luna de miel, siento que tanto nuestros familiares como nosotros, construimos un espacio ficticio en el tiempo para alimentar la relación que sólo se dio por internet durante este año. Me explico: todos estábamos de vacaciones, así que los problemas, las rutinas, los deberes, la realidad quedaron de lado y todo nuestro ser estaba dispuesto a disfrutar, a compartir, a soñar.
La tercera semana fue diferente, comencé a darme cuenta de los problemas del día a día, a sentir el estrés que sufría antes de haber partido. Comencé a oír las historias de secuestros, robos, extorciones. Volví a escuchar preguntas sobre la seguridad de tal o cual carretera. Fueron más evidentes las armas, los retenes, la violencia cotidiana. La rutina de cerrar puertas, poner alarmas, vigilar que nadie te sigue, no contestar llamadas de desconocidos, no confiar en nada ni en nadie. La incertidumbre de la situación política y económica del país es el lastre que no permite planear el futuro y sentirse seguro.
Esas son mis impresiones y como eso deben ser entendidas. Es mi manera de percibir mi México, de vivir mi México. En este momento de mi vida creo que no me gustaría regresar a vivir allá. Aunque me duela el enorme precio de vivir lejos de la familia y grandes amigos hay algo también invaluable que he obtenido en Quebec: tranquilidad. Pese a todos sus defectos aquí duermo en paz, sin el miedo de que cualquier día será a mi casa a la que entrarán los ladrones, o una de mis hijas a las que secuestren o alguien sacará una pistola y hará justicia por su propia mano. Sí es cierto, aquí también ocurren esas historias… pero no en la misma medida.
Me gusta poder planear mi futuro, sin el miedo a que todo el esfuerzo de años se venga a bajo por una emergencia médica, una devaluación o un robo del gobierno. Bien sé que el dinero no lo es todo, pero no se trata de ser millonarios, si no de no estar angustiados por el día de mañana, eso permite una mejor calidad de vida. Y en mi país de origen eso es algo difícil de conseguir.
No sé lo que me depara la vida, tal vez algún día regrese a México, uno nunca sabe. Y estoy segura de que si eso pasa seré feliz, porque lo era antes de emigrar, porque uno debe ser feliz no importando el lugar en el que se encuentre. Pero racionalmente, creo que la balanza se inclina por nuestro nuevo Hogar.

